Si Juan Carlos Sánchez Clemares es todo un personaje, él
como persona real, imagina lo que serán entonces sus criaturas. Leer a Sánchez Clemares
es todo un ejercicio de paciencia lectora, a la que no hay hipótesis aventurada
que puedas confirmar pues todo lo que se te ocurra, hasta tus más locas
fantasías qué puedes esperarte al dar vuelta a la hoja, queda derrumbada por su
fecunda imaginación. Historia, fantasía, humor, de todos los colores, pequeños
comentarios sarcásticos que un lector avezado ve mientras el texto se
desenvuelve frente a ti, todo eso y mucho más es Sánchez Clemares como autor.
Nunca hace lo que esperas, nunca; entonces piensa en él como un escritor
maravilloso que va a sorprenderte. Leerlo es fácil, es ameno, es sencillo, su
pluma y su palabra se deslizan como agua de manantial, mi expresión favorita
para algunos pocos escritores. Escribe muy bien, demasiado bien, puede llegar a
avergonzarte si tú también lo haces, si hasta llegas a odiarlo de lo bien que
lo hace. Su impresionante estilo cinematográfico también está presente en esta
saga del Águila, cada hoja que lees es una o más de una escena llena de acción,
de colorido y en cinemascope porque no se anda con chiquitas a la hora de
describir. Y que conste que opino que la tapa no le hace justicia al contenido
de los dos libros, pero reflejar la historia como la obra de fuerzas
sobrenaturales y su trabajo para modificar lo que puede venir es difícil de
lograr.
Historiador, lleno de fantasía, conocedor, brillante
estratega, todo eso hace de sus libros una mezcla vigorosa llena de talento. Si
tuviera que convencer a alguien para que se aventure ante su prosa le diría
esto: Empieza, con paciencia, y espera, en cualquier momento volverá tu mundo
de revés, te hará retroceder y preguntarte ¿qué pasó aquí? Y seguirás leyendo
con un fervor que te llevará a no levantar la vista hasta que todo,
absolutamente todo encaje, como si en vez de un libro hubieras presenciado la
batalla del más brillante estratega donde nada, absolutamente nada, ha quedado
liberado al azar. ¿De cuántos escritores puedes decir esto?
Bea Sylva
Entrevista al autor sobre sus trabajos.
1. Como se entiende, un libro que parece una
historia novelada de un hecho real que se inicia con una advertencia que nos
pide que sepamos que no es historia. ¿Eres un escritor que hace ficción, o uno
que recrea la historia? ¿O uno que usa la historia como elemento motivador?
Pues las tres cosas. Soy un escritor que hace ficción, pero
al que le encanta la Historia y la usa como elemento motivador. ¿Cuántas veces
no hemos escuchado aquello de que la vida real supera a la ficción? Pues es
cierto. En la Historia tenemos miles y miles de historias increíbles,
personajes asombrosos y situaciones al límite de la imaginación. El ser humano
es capaz de las proezas más hermosas y constructivas a la vez que las miserias
más abyectas y perjudiciales.
Me encanta recrear la Historia, porque siempre he poseído
el sueño de tener una máquina del tiempo (al estilo de la de H. G. Wells) y
poder asistir en primera persona a todos esos momentos pasados, a ser testigo
de esos acontecimientos denominados históricos y a resolver esos misterios que
sencillamente me cortan la respiración. Bueno, pues hasta que tenga esa máquina
del tiempo me temo que tendré que retroceder con mi imaginación al pasado y
recrear la Historia. Y claro, al no tener conocimientos de primera mano sobre
lo que realmente sucedió, tengo que tirar de la ficción, acercándome lo más
posible a lo histórico. Pero un día me dije: “¡Ey! De siempre he querido saber que hubiera ocurrido si la Historia
tomara otros derroteros diferentes, que hubiera pasado con el mundo que hoy
conocemos. ¿Y si además meto elementos de fantasía sobrenaturales estilo
Lovecraft o Howard?” Y así nació La Saga del Águila.
2. ¿De dónde nace tu afición por la historia? No es la primera vez que escribes sobre hechos o personajes reales, estoy pensando que hasta tu bizarra novela sobre mayas y zombis, siendo una entretenida ficción, se parece más a la novelización de una época histórica que a un juego de imaginación.
Pues es cierto. Y no solamente estas novelas que comentas,
sino otras, como la trilogía de novelas CRÓNICAS DE UN CONQUISTADOR, sobre la
Conquista de México en 1519, o VAMPIRUS, el primer caso verídico de vampirismo
en Europa en el siglo XVIII e investigado oficialmente. Y ahora mismo estoy
trabajando con EL PUEBLO DE LAS NUBES, sobre la expedición de Juan de Oñate a
Nuevo México en 1598. Es decir, o novela histórica o novela de ficción
ambientada en determinada época. Y es que como bien me preguntas, me encanta la
Historia.
En cuanto a de donde viene esta afición, me resulta un poco
difícil contestar, pues desde que tengo memoria la Historia siempre me ha
atraído. He comentado varias veces que mi madre me enseñó a leer y escribir con
cinco años, y lo hizo con la ayuda de libros y cómics. Esto significa que,
aunque fuera muy pequeño, y gracias al esfuerzo y comprensión de mi madre, a
los siete años era capaz de leer obras más complejas que las normales para un
niño de esa edad. Mis primeras novelas históricas leídas fueron la imponente y
monumental “Yo, Claudio” de Robert Graves, y “Sinuhé, el egipcio”, de Mika
Waltari. Al menos son las dos primeras que recuerdo. ¡Imagina el impacto de
semejantes novelas, de tan increíbles mundos, en la mente de un zagal! La
lectura de esas dos obras maestras me abrieron al conocimiento de que
existieron civilizaciones y personas que nos precedieron y que vivieron unas
vidas tan apasionantes como cruentas, tan maravillosas como miserables. Es
decir, fueron seres humanos hechos a su tiempo.
Comencé con la novela histórica, pero, ¿era cierto lo que
se decía en aquellos libros? Por ejemplo, ¿es cierto que Germánico murió
envenenado por su propio hijo, Calígula, en la novela de “Yo, Claudio”? El
siguiente paso lógico era leer libros de ensayo, de divulgación, y poco a poco
me fui interesando más y más en la Historia.
Vamos, digo yo que fue así…
3.No es difícil imaginar que alguien que puede describir escenas históricas, como diría mi amiga Bea “cinematográficas”, es un profundo conocedor de la historia y sobre todo de las artes de la guerra, ¿es así?
No queda otra, y me explico. Un verdadero escritor que
desea escribir novela histórica se debe convertir en un maestro, o lo más
parecido, sobre el momento histórico al que desea convertir en historia novelada.
Es decir, en un experto. Vamos a hablar de las novelas LA SAGA DEL ÁGUILA. Para
poder escribir sobre Roma y el inicio de lo que conocemos como Imperio con
Augusto como emperador (aunque empieza antes con Julio Cesar, podíamos decir),
antes tuve que pasar por un periodo de lectura y aprendizaje de todo lo que
pudiera sobre Roma, no solamente su historia, sino como vivían los romanos, que
comían, que era lo que hacían, cuáles eran sus aficiones, sus miserias, sus
ambiciones, intentar acercarme lo más posible, con la dificultad que eso
conlleva, a como sería un romano en esa época. Es decir, saber tanto de los
conocimientos técnicos (fechas, vestuario, armamento…) como de los espirituales
(sus sueños, amores, envidias, rivalidades, creencias religiosas, la familia…).
Y no sólo sobre Roma, porque si escribo sobre germanos y britanos, también
tengo que estudiar sobre ellos. He leído muchos libros sobre el tema, y no
solamente ensayos, sino también otras novelas históricas que son una
referencia, como la mencionada “Yo, Claudio” de Robert Graves, u otras como
“Imperium” de Robert Harris.
No dejas de cometer fallos, claro está, pero el
conocimiento de los Clásicos de la Antigüedad y el haber estudiado mucho sobre
el tema te ayuda a que tu novela tenga muchos más atractivos para el lector.
Aunque sin olvidar la historia y la narrativa, porque puedes cometer el fallo
de rellenar tu obra con multitud de datos para demostrar cuanto sabes pero
luego la novela ser aburrida porque no has profundizado ni en la historia, ni
en los personajes.
En cuanto a lo del arte de la guerra, también he estudiado
mucho sobre como se combatía en la Antigüedad, las armas, la carrera
tecnológica de la época y la revolución que supuso la aparición del ejército
profesional sobre todo a raíz de los cambios introducidos por Mario en las
legiones romanas. Pero va más allá de todo esto el conocer el arte de la
guerra. Desde pequeño me han atraído las películas donde se veían grandes
batallas. Si los libros de novela histórica me impactaron de crío, no menos lo
hicieron grandes películas como “Julio Cesar”, “Espartaco”, “Zulú” o “Las
Cruzadas” entre otras. Observaba atentamente las maniobras de los soldados, el
ataque de la caballería, la disposición de las huestes y luego intentaba
recrear dichas batallas con mis muñequitos de plástico (tenía cientos)
introduciendo variantes para ver que resultaba. Esto entronca directamente con
otra de mis aficiones, que son los wargames, juegos de miniaturas donde la
estrategia y el conocer tanto a tu ejército como el de los demás es
fundamental; y durante muchos años fui un jugador sencillamente imbatible,
aunque esté mal el decirlo, je, je, je (risa pretenciosa).
Ahora estudio libros sobre el tema, tengo manuales de
batallas históricas, he leído las biografías de prácticamente todos los grandes
estrategas e incluso poseo documentales donde puedes observar paso a paso el
transcurso de una batalla.
Cuando escribo batallas para mis novelas intento introducir
casi siempre un poco de verdad en ellas, basándolas en alguna batalla
verdadera, para a continuación darle el toque de mi imaginación y crear esas
variaciones como hacía con mis muñequitos cuando era chiquito. También “diseño”
las batallas, esbozo una clara estrategia, un complicado ballet que luego
intento describir a la hora de narrar el acontecimiento bélico. No solamente
pienso en la estrategia romana, sino también en las reacciones del contrario.
Si hago esto, ¿cómo reaccionaría la caballería enemiga? ¿Qué puedo hacer para
evitar la amenaza de la caballería enemiga y además intentar flanquear al
contrario? Durante unos días le doy vueltas en la cabeza a la batalla hasta que
la tengo bien clara.
En LA SOMBRA DEL ÁGUILA tenemos un claro ejemplo en la
batalla de Germánico contra Arminio. La batalla existió, pero, desde luego, no
terminó como lo hace en la novela (aunque en la vida real Roma también ganó la
batalla —fue años más tarde—, pero con sutiles diferencias y de otra forma)
porque ya se encuentra cambiada, encajada dentro del resto de batallas que son
completamente inventadas. ¿Soy un estratega? No lo sé, simplemente utilizo mis
conocimientos, la lógica y la experiencia que verdaderos estrategas han legado
para la posteridad. Pero lo que sí intento, y creo que lo consigo, es dar al
lector una clara muestra de la épica de la guerra… y lo tremendamente
espantosa, abominable y sangrienta que es; una locura que mancha a la
Humanidad.
No me gustan los perfectos personajes, esos seres que son
tan buenos y tan perfectos en sus obras y dichos que son simplemente aburridos
y no creíbles. Por lo mismo, tampoco creo en los malos que son malos porque sí,
porque también suelen ser aburridos y poco creíbles. Aunque es cierto que
existen personajes a las que les atrae la maldad, siempre hay un motivo para
ello. El malo lo es porque las circunstancias le invitan u obligan a ello y
luego actúa en consecuencia, siendo coherente con el camino que ha elegido
recorrer. Eso le da personalidad a ese personaje, y el bueno, para que sea atractivo,
al menos en mi opinión, no debe ser tampoco perfecto.
Mis personajes son humanos porque yerran, porque se dejan
dominar en ocasiones por sus pasiones o egoísmos, por sus ocultos secretos. A
veces fuerzas externas les obligan a actuar de forma contraria a lo que les
gustaría, o simplemente tienen miedo en un determinado momento y su
comportamiento es poco heroico. Pero son humanos, y en sus miedos, dudas y
errores nos sentimos identificados. Aunque sus hazañas son extraordinarias, no
dejas de sentir que tu también podrías hacerlo, y que también sentirías el
miedo recorrerte la espina dorsal al contemplar a miles de bárbaros sedientos
de sangre correr hacia tu posición enarbolando enormes hachas de dos manos.
Lo importante de mis personajes es que sean creíbles, cada
cual a su manera y según su personalidad. Que hagan esto o aquello da lo mismo,
ya que, al igual que en la vida real, son empujados por los acontecimientos o
por fuerzas ajenas a ellos y que no pueden controlar. Lo importante es que sean
fieles a sí mismo después de todo y que lo intenten hacer lo mejor que puedan.
Que sean buenos o malos eso ya se lo dejo a la opinión de los lectores.
¿Cómo los creo? En mi próxima obra titulada COMO ESCRIBIR
UNA NOVELA Y NO MORIR EN EL INTENTO, que se publicará en ediciones nED (toma
publicidad de la buena), describo al detalle como creo a los personajes, pero
para resumir, diré que me pongo a pensar en ellos y hago preguntas: ¿Por qué
son así? ¿Qué les impulsa a ser de tal forma? ¿Qué desean, qué quieren en
verdad? ¿Cuáles son sus ambiciones? ¿Cómo fue su infancia? ¿Tuvieron una buena
infancia, buenos ejemplos a seguir, o su infancia fue una serie de traumas,
horrores y padecimientos? Y así me dedico a realizar preguntas hasta que las
respuestas me van perfilando al personaje, creo una pequeña historia sobre él y
ya me pongo a trabajar en la novela.
Como cosa curiosa, añadir que, en muchas ocasiones, cuando
estoy escribiendo los personajes cobran “vida” propia y se me escapan de las
manos, parece que ellos solos se escriben y yo tan sólo soy un instrumento para
narrar sus peripecias. Entonces sí, pienso, he hecho bien mi trabajo.
Ja, ja, ja. Sí, los Playmobil y las miniaturas de Warhammer
40.000, los Lobos Espaciales. A esta pregunta ya he contestado un poco más
arriba, pero puedo añadir que la guerra es simplemente un juego. Un juego
mortal donde las personas sufren horriblemente y la muerte y destrucción campan
a sus anchas llevando la miseria y el hambre a las poblaciones. Es un juego que
niños malcriados suelen llevar a cabo sin pensar en las consecuencias que
puedan ocasionar a los demás, porque normalmente ellos suelen estar a salvo de
tales consecuencias. Pero los que viven la guerra en primer plano, como por
otra parte se hacía en la Antigüedad, saben de su seriedad, pero, aún así, lo
toman como un juego. Por tanto, las estrategias y batallas para mis novelas las
tomo como un juego donde disfruto moviendo batallones, soldados y a los
personajes, todo ello en mi mente. Aunque, claro está, para mis personajes es
algo muy serio y mortal, pero es que no dejo de ser yo también un niño
malcriado…
Bueno, las clasificaciones no son tan fáciles, no es un
blanco o negro, sino que hay muchos matices de grises y cuando se llega a ambos
extremos es igual de malo. Pero en concreto, y si nos atenemos a como se repite
la Historia y al Imperio Romano y su caída, sí, hay ciertos elementos que
podemos considerar bárbaros y la civilización occidental, heredera directa de
la romana, que está haciéndose pedazos poco a poco y descuidando las fronteras,
donde los bárbaros esperan su ocasión y mientras lo hacen aporrean las puertas
de las murallas.
Si miras más allá de lo que te quieren informar y te muestras
un poco interesado por los devenires de nuestra sociedad, te das cuenta que en
ciertas partes del mundo los bárbaros siguen ahí, no han evolucionado apenas
nada desde la época de las grandes invasiones y migraciones tribales que se
conocen como bárbaras. Han cambiado las hachas, espadas y escudos de madera por
pistolas, misiles y granadas, pero se siguen matando por lo mismo: odios
étnicos y tribales, recursos, ideologías extremas sean o no religiosas o por el
simple hecho de poder hacerlo. Miran a Occidente, a Roma, con ojos envidiosos,
temerosos, pero a la vez con odio, con un irrefrenable deseo de destruir
aquello que ellos consideran que les oprime o porque es diferente y no lo
toleran, pero a la vez desean, aunque lo nieguen, aprovecharse de las ventajas
de esa Roma que parece otro mundo.
A su vez, Occidente y sus herederos no cejan de destruirse
a sí mismos, porque ya no luchamos por ser mejores ni afrontar nuevos retos,
sino que nos limitamos a vivir de los hitos que hicieron nuestras anteriores generaciones,
hemos engordado el trasero y no deseamos más que gozar de vidas placenteras y
tranquilas. Junto con la decadencia, nos encontramos con una sociedad que
confunde términos y prioridades, que no desea esforzarse y prefiere que se lo
den todo hecho pero envuelto en una fina capa que se llama “libertad” y que no
es tal, sino tan sólo cadenas invisibles más fuertes que el acero. Exigimos
derechos, pero negamos nuestros deberes, renegamos de nuestra Historia, de
nuestros ancestros y de nuestra cultura, mientras nos autodestruimos y, junto
con eso, consumimos desenfrenadamente los recursos atizando a su vez a los
bárbaros que, no lo olvidemos, también se atizan ellos solitos sin necesidad de
ayuda por parte de Occidente.
Así pues, es posible que la Historia se repita y sí,
existen esos bárbaros, y existen esos civilizados que respetan y pretenden
crear un mundo mejor, más justo o al menos más lógico y equitativo. El problema
es que esos son muy pocos, cada vez menos, y los bárbaros cada vez más, porque no
hay que olvidar que las filas de los ejércitos bárbaros se nutren con mayor
profusión en estos tiempos con supuestos “civilizados” que se creen superiores
porque tienen teléfonos móviles de última generación. Y que cada cual saque las
conclusiones que quiera de mis palabras.
La verdadera potencia de las legiones romanas se encontraba
en la disciplina tanto de sus mandos como de sus soldados. Esa disciplina, que
se conseguía con muchos años de entrenamiento y leyes despiadadas, convertía a
las legiones en una fuerza militar como nunca antes la Humanidad había
contemplado.
La disciplina no solamente se aplica para temas militares,
es un ejemplo que he puesto atendiendo a la pregunta, sino para otros ámbitos
de la Vida, en este caso, de la del escritor. Es un mito que ya llevo
explicando desde hace años a los profanos: el del escritor que trabaja
inspirado por las musas más que por otra cosa. Ese escritor normalmente nunca
termina las obras que comienza, ni mejora, ni va a ningún lado. Todo eso de la
inspiración, las musas y demás son fantasías que las personas que no conocen el
mundo de la literatura se inventan o escuchan por bocas de terceros. Es cierto
que las ideas para una novela nacen de nuestra inspiración, que en determinados
momentos las musas nos rondan y soplan al oído ciertas historias, pero la
disciplina en un escritor lo es todo.
Es la disciplina la que nos hace sentarnos delante de un
ordenador durante horas, días, semanas, meses y años hasta terminar la novela.
La disciplina es la que nos impide desfallecer, la que nos urge a terminar y a
sobreponernos a todos los problemas que se nos presenten y a no parar de
trabajar, porque escribir, después de tener la idea, es simplemente trabajar.
El 99% del trabajo de un escritor es escribir, escribir y no parar de hacerlo,
y solamente la disciplina es la que nos puede ayudar.
Da igual que dediques una o dos horas al día a escribir, o
tan sólo treinta minutos, pero si tienes disciplina y eres capaz de seguir tus
patrones de trabajo, sean cuales sean, entonces es más que posible que te
conviertas en un escritor. Porque las novelas no se escriben solas por mucho
que las musas nos ronden.
No es una coincidencia, es mi estilo, o al menos es el
estilo que intento imprimir a mis novelas. Un crítico un día tildó mi estilo de
“lectura visual” y eso me encantó. No soy el primero en tener este estilo, por
supuesto, pero lo cierto es que no lo suelo encontrar muy a menudo y
prácticamente lo tengo como mío (es vanidad, lo sé, pero así somos los
escritores).
Los escritores de ahora tenemos una gran ventaja sobre
nuestros predecesores, y es que hemos nacido con el cine, hemos visto películas
desde niños y eso nos ha impulsado mucho más la imaginación y nos ha concedido
una herramienta valiosísima a la hora de escribir novelas. Gracias a la “magia”
del cine y de grandes directores, actores y guionistas, los escritores nos
hemos visto reforzados en nuestro trabajo de una forma tal que hace un par de
siglos ni se hubiera soñado (al menos que sepamos).
Cuando imagino las historias en mi cabeza, esas historias
que voy a pasar al papel, me las imagino como escenas de películas, con ritmo,
música y hasta conversaciones. Luego, ya puesto a escribir, intento narrar esa
escena tal y como la veo en mi cabeza, intentando transcribir en letras tanto
lo que veo como lo que siento y la velocidad narrativa que creo adecuada. Claro
está que te tienes que amoldar a las reglas de la escritura, pero procuro ser
flexible e incluso, porque no, trasgredir de cuando en cuando esas reglas si
sirven para un bien mayor. ¡Hasta escucho música de películas cuando escribo!
No sé si me suma o resta lectores, creo que debe sumar,
porque doy por hecho que el lector que lea la segunda parte es porque le ha
gustado la primera y seguramente lea también la tercera. Cuando escribo procuro
conseguir tres objetivos claros: que el lector se entretenga con lo que lea,
que pueda aprender algo y que se sorprenda por algo (sea bueno o malo, pero que
se sorprenda, caray…). En La Saga del Águila quise comenzar como si fuera una
novela histórica más de Roma, violenta, cruel, realista, pero una novela
histórica más, y cuando se llega a un determinado capítulo la historia comienza
a girar y a moverse por otros senderos que seguramente el lector desde un
principio no había ni intuido siquiera.
En España he recibido numerosas críticas sobre La Saga del
Águila, algunas negativas, claro, pero la inmensa mayoría, aún atacando (con
razón) mi estilo y cierta falta de técnica (tengo que mejorar), en líneas
generales el hecho de haber mezclado la Historia con la fantasía sobrenatural y
sobre todo con Roma parece que ha gustado mucho. Una de las mejores críticas
que recibí fue de un lector amante de la novela histórica sobre la antigua Roma
que me dijo lo siguiente: “no me gusta
que cambien la historia de Roma, me chirrían los dientes cuando junto con los
legionarios salen monstruos o magia, pero la historia me ha entretenido hasta
el final”. O sea, que la historia termina por enganchar. Y si creéis que ya
lo habéis leído todo y que poco más os va a sorprender en La Saga del Águila
estáis muy equivocados. Con esta saga de novelas pretendo llevar al lector a situaciones
increíbles, a momentos históricos sí pensados, pero nunca llevados a cabo y a
más juegos de esos que has dado en llamar “mentales”. Ja, ja, ja… (risa
perversa).
Respecto al valor que le doy al plano espiritual, decirte
que sí, le doy mucho valor. La espiritualidad está en mis historias, en los
personajes, impregno mis narraciones con ella, sólo hay que saber verla para
darse cuenta que existe y es un elemento indispensable.
Espero y deseo que los humanos no seamos el conejillo de
indias de nadie ni nada, y mis novelas buscan el entretenimiento y estimular la
imaginación de los lectores. Ahora, tampoco tengo dudas que existen fuerzas más
allá de nuestro entendimiento. Otra cosa muy diferente es que hayamos topado
con esas fuerzas y no las hayamos entendido, o que estemos por encontrarnos con
ellas. El tiempo lo dirá.
De siempre he sido seguidor de los grandes escritores
Robert E. Howard, Arthur Conan Doyle, Edgard Allan Poe y Arthur Machen, y, como
no, del creador de los mitos primigenios, arcaicos y cósmicos por excelencia:
H. P. Lovecraft. Desde pequeño ya leí las obras de estos genios de la
literatura fantástica, aventurera y terrorífica y, sobre todo Howard y
Lovecraft, son los que más me han inspirado a la hora de crear a los entes y
criaturas sobrenaturales de mis novelas de La Saga del Águila. De hecho, es un
homenaje a estos autores.
De Lovecraft me encanta su universo
oscuro, cruel y totalmente alienígena que se encuadra dentro de lo que se
conoce como Los mitos de Cthulhu. El horror cósmico de Lovecraft es
increíblemente alucinante y estimula completamente mi imaginación. Pero el
problema de los dioses espantosos de Lovecraft es que superan tanto la
capacidad del ser humano que es imposible enfrentarse a ellos. Cuando lees a
Lovecraft te das cuenta que la raza humana está condenada, es igual lo que
haga, su destino es caer de forma horrible ante estas entidades y sus
repugnantes seguidores. Howard también creó su universo particular de dioses y
entidades cósmicas, sobre todo en sus obras relacionadas con Conan el bárbaro,
Kull de Valusia, el puritano Solomon Kane o el jefe picto Bran Mak Morn entre
otros y, al igual que Lovecraft, parte de sus dioses y criaturas eran tan
poderosas que los seres humanos no se podían enfrentar a ellos, pero al menos
siempre presentaba una posibilidad, una opción de escapar con bien del acoso de
estas entidades cósmicas. Los personajes de Howard son poderosos, capaces de
hacer huir o incluso destruir a las fuerzas que les atacan. Son personajes de
fuerte voluntad y brazo de acero. Lovecraft crea unos mundos y realidades
espantosas, con el trazo seguro de un genio, y Howard personajes más grandes
que la Vida misma, capaces de enfrentarse a lo que sea y prevalecer.
Los Dioses Oscuros nacen de la
mezcla de estos conceptos, en un claro homenaje a dos de mis autores favoritos.
Creo un universo que se amolde a lo que pienso es más acorde a mis historias y
personajes y procuro ser coherente con la trama. A esto se une que muchas
religiones antiguas, que existieron pero que ya no poseen seguidores (al menos
que sepamos), tienen similitudes con los ritos y mitos de los Dioses Oscuros.
¿Qué sabemos nosotros realmente de los ritos de los antiguos druidas, de los
ocultos conocimientos de los sacerdotes babilónicos, o de los mayas, o de los
egipcios? No hace falta estudiar mucho para darse cuenta que los Dioses Oscuros
están ahí, en la Historia, sólo hace falta tener valor para enfrentarse a la
terrible realidad…
Lo primero, decir que estoy muy orgulloso de mis raíces
cristiana-romana-helénica, que son las que nutren y han hecho de Occidente lo
que es, a quien le pese. Por tanto, considero que la caída del Imperio Romano
fue un desastre que nos condujo a una de las épocas más tenebrosas de la Humanidad,
a pesar que en dicha época también hubo momentos brillantes. Y del feudalismo
todavía estamos hoy en día soportando errores.
Ahora vamos a los que nos interesa.
El escritor puede hacerse y puede nacer, pero, es indudable, lo tendrá más
fácil quien nace con el Don. Pero hay que saber entender esto. Puedes nacer con
el Don de narrar historias, de crear personajes y tejer argumentos, pero ese
Don es como un diamante en bruto al que tienes que pulir para poder darle mayor
valor y, lo más importante, saber que lo tienes. De nada sirve el Don si no lo
trabajas o descubres, porque por sí sólo no te conduce a nada. Es otro dicho
cierto aquel de a saber cuántos futuros poetas puede haber en un grupo de
albañiles subidos a unos andamios.
Por el otro lado, aunque nazcas sin
el Don puedes llegar a ser un buen escritor, porque aunque es muy cierto
también de que cada cual debe saber perfectamente cuáles son sus límites, si
uno cree que, a pesar de todo, es capaz de convertirse en escritor, entonces se
debe a sí mismo, al menos, el intentarlo. Es otra de las maravillas del ser
humano: el ser capaz de superarse a sí mismo y sus limitaciones. Pero, repito,
lo tendrá más fácil quien nazca con el Don. ¿Y porque unos nacen con dicho Don
y otros no? Ah, esa es otra pregunta que merece otra respuesta y no viene al
caso aquí.
Claro que hay placer en dejar mis novelas con un rotundo “continuará”
al final. A mí me encanta que mis novelas favoritas, sabiendo que no terminan,
lo hagan con ese “continuará”, promesa ineludible de nuevos momentos mágicos,
asombrosos e imaginativos. Es un pequeño homenaje también a los pequeños
seriales de fantasía, terror y aventura aparecidos en los antiguos folletines
de papel, donde, mediante entregas, se publicaban grandes novelas.
Sí tengo un fin para mi Saga del Águila, en total, a no ser
que se me descuadren las cuentas, van a ser cinco libros. De momento dos
escritos y los otros tres ya con sus argumentos medio trabajados. Y dado que
tengo pensada la saga en su totalidad y sé a dónde quiero llegar, eso me
permite ser un poco menos chapucero y pensar adecuadamente en los argumentos y
personajes. Por eso, uno de los siguientes protagonistas en la Saga será,
precisamente, Calígula.
Y es que vienen tiempos interesantes en el mundo que he
creado para La Saga del Águila. Los Dioses Oscuros aún no han sido vencidos, de
hecho, su Línea de Sangre no ha sido descubierta ni neutralizada, los reinos
orientales amenazan con atacar las fronteras imperiales y los enemigos se
encuentran en Roma ocultos dispuestos a medrar en su perfidia y traición. Pero
Roma, y con ella los personajes de las novelas, no va a permanecer quieta, sino
que luchará y llevará la iniciativa, consiguiendo que las Águilas de las
legiones se alcen por todas partes, en los campos de batalla más insospechados,
porque la lucha contra los Dioses Oscuros es la lucha desesperada de la
Humanidad contra aquellos que la desean sumir en un reino de caos, muerte y
sangre. El lector va a asistir a la invasión romana más asombrosa de todas (ya
he dejado caer en la segunda parte de la Saga algunas pistas al respecto) y al
comienzo de un Mundo que no es el nuestro, pero al que se le parece. Y también
continuarán las aventuras de Segestes, Marcelo, Sexto y los demás, junto con
sus descendientes, herederos de la lucha sin tregua ni cuartel contra los
temibles Dioses Oscuros. He dicho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario